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Los científicos intentan desviar el sol para frenar el calentamiento global

Poco antes de las 9 a. m. del martes, un ingeniero llamado Matthew Gallelli se agachó en la cubierta de un portaviones retirado del servicio en la bahía de San Francisco, se puso un par de protectores auditivos y accionó un interruptor.

Unos segundos más tarde, un aparato parecido a una máquina para hacer nieve empezó a retumbar y luego produjo un silbido ensordecedor. Una niebla fina de diminutas partículas de aerosol salió disparada del dispositivo y viajó cientos de metros por el aire.

Fue la primera prueba al aire libre en Estados Unidos de una tecnología diseñada para iluminar las nubes y hacer rebotar algunos de los rayos solares hacia el espacio, un mecanismo para enfriar de manera temporal un planeta que ahora se está sobrecalentando de manera peligrosa. Los científicos querían comprobar si la máquina que tardó años en crearse podía rociar de forma constante aerosoles de sal del tamaño adecuado al aire libre, fuera de un ambiente de laboratorio.

Si funciona, la próxima etapa sería intentar cambiar la composición de las nubes sobre los océanos de la Tierra.

Como el ser humano sigue quemando combustibles fósiles y bombeando cantidades cada vez mayores de dióxido de carbono a la atmósfera, se está alejando del objetivo de mantener el calentamiento global en un nivel relativamente seguro. Esto ha hecho que la idea de intervenir deliberadamente en los sistemas climáticos sea una posibilidad más real.

Universidades, fundaciones, inversionistas privados y el gobierno federal han empezado a financiar diversas iniciativas, desde la aspiración del dióxido de carbono de la atmósfera hasta la adición de hierro al océano en un esfuerzo por almacenar dióxido de carbono en el fondo marino.

“Cada año que tenemos nuevos récords de cambio climático y temperaturas y se producen olas de calor, la ciencia se ve obligada a buscar más alternativas”, comentó Robert Wood, el científico principal del equipo de la Universidad de Washington que dirige el proyecto del blanqueamiento de las nubes marinas.

Blanquear las nubes es una de las varias ideas para devolver la energía solar al espacio, lo que a veces recibe el nombre de modificación de la radiación solar, geoingeniería solar o intervención climática. En comparación con otras opciones, como la inyección de aerosoles en la estratósfera, blanquear las nubes marinas sería un método localizado y utilizaría aerosoles de sal de mar relativamente benignos en vez de otras sustancias químicas.

Y, a pesar de todo, la idea de interferir en la naturaleza es tan polémica que los organizadores de la prueba del martes fueron muy discretos con los detalles, pues les preocupa que sus detractores intenten detenerlos. Aunque el gobierno del presidente Joe Biden financia investigaciones sobre distintas intervenciones climáticas, la Casa Blanca se distanció del estudio de California, enviando un comunicado a The New York Times en el que decía: “El gobierno de Estados Unidos no está involucrado en el experimento de la Modificación de la Radiación Solar (SRM, por su sigla en inglés) que se realiza en Alameda, California, ni en ningún otro lugar”.

En 1990, un físico británico llamado John Latham publicó una carta en la revista Nature que llevaba por título ¿Control del calentamiento global? y presentaba la idea de que inyectar diminutas partículas en las nubes podía contrarrestar el aumento de las temperaturas.

Latham tenía una propuesta que podía parecer extraña: crear una flota de 1000 navíos sin tripulación que propulsaran velas para atravesar los océanos del mundo y rociar de manera continua diminutas gotas de agua de mar en el aire con el fin de desviar el calor solar de la Tierra.

La idea se basa en un concepto científico llamado efecto Twomey: grandes cantidades de pequeñas gotitas reflejan más luz solar que un pequeño número de gotas grandes. Inyectar grandes cantidades de aerosoles minúsculos, que a su vez formen muchas gotitas pequeñas, podría cambiar la composición de las nubes.

“Si podemos aumentar la reflectividad un tres por ciento, el enfriamiento equilibrará el calentamiento global que causa el aumento de C02 en la atmósfera”, le comentó a la BBC Latham, quien falleció en 2021. “Nuestro esquema ofrece la posibilidad de ganar tiempo”.

Blanquear las nubes no es tarea fácil. Para tener éxito, se necesita que el tamaño de los aerosoles sea el adecuado: las partículas demasiado pequeñas no tendrían ningún efecto, explicó Jessica Medrado, científica investigadora del proyecto. Si son demasiado grandes, podrían ser contraproducentes y provocar que las nubes sean menos reflectantes que antes. El tamaño ideal son las partículas submicrónicas, de casi 1/700 del grosor de un pelo humano, dijo Medrado.

Después, hay que expulsar al aire muchos de esos aerosoles del tamaño correcto: un cuatrillón de partículas, más o menos, cada segundo. “No hay ninguna solución estándar”, afirmó Medrado.

La respuesta a ese problema vino de algunas de las figuras más prominentes de la industria tecnológica de Estados Unidos.

En 2006, el fundador de Microsoft, Bill Gates, recibió información de David Keith, uno de los principales investigadores en geoingeniería solar, que es la idea de intentar reflejar más rayos solares. Gates empezó a financiar a Keith y a Ken Caldeira, otro climatólogo que también trabajó como desarrollador de software, para que avanzaran en sus investigaciones.

Los investigadores consideraron la idea del blanqueamiento de las nubes marinas, pero se preguntaron si era factible.

Por lo tanto, recurrieron a Armand Neukermans, un ingeniero de Silicon Valley que obtuvo su doctorado en física aplicada en Stanford y que tiene 74 patentes. Uno de sus primeros trabajos fue en Xerox, empresa en la que ideó un sistema para producir y rociar partículas de tinta para las fotocopiadoras. Caldeira le preguntó si podía desarrollar una boquilla que no expulsara tinta, sino aerosoles de sal marina.

Intrigado, Neukermans, quien ahora tiene 83 años, sacó a algunos de sus antiguos colegas de la jubilación y empezó a investigar en un laboratorio prestado en 2009, con 300.000 dólares de Gates. Se llamaron a sí mismos Old Salts (“sales viejas”).

El trabajo se trasladó a un laboratorio más grande. Medrado se volvió la ingeniera jefa del proyecto hace dos años. A fines del año pasado, el rociador ya estaba montado y esperando a ser utilizado en una bodega cerca de San Francisco.

La máquina estaba lista. El equipo necesitaba un lugar donde probarla.

La cubierta de vuelo del Hornet se eleva 15 metros sobre la costa de Alameda, en el lado este de la bahía de San Francisco. El martes, tenía una serie de sensores calibrados con precisión que se ubicaban en lo alto de una hilera de elevadores de tijera que ascendían en el aire.

Debajo de una bandera estadounidense, en el extremo más alejado de la cubierta de vuelo, estaba el rociador: azul brillante, más o menos con la forma y el tamaño de un proyector, con un anillo de boquillas de acero diminutas alrededor de su boca de un metro de ancho. Los investigadores lo llaman CARI (la sigla en inglés de Instrumento de Investigación del Aerosol para las Nubes).

De un lado del rociador había una caja del tamaño de un contenedor que albergaba un par de compresores, los cuales le suministraban aire de alta presión al rociador a través de una manguera. Del otro lado había un tanque de agua. Una serie de interruptores, girados en una secuencia cuidadosa, introducían el agua y el aire al dispositivo, el cual disparaba una niebla fina hacia los sensores.

El objetivo era determinar si los aerosoles que salían del rociador, los cuales se habían manipulado con cuidado para alcanzar un tamaño específico, mantenían ese tamaño al salir disparados por el aire en diferentes condiciones de viento y humedad. Se tardarán meses en analizar los resultados. No obstante, según Wood, las respuestas podrían determinar si el blanqueamiento de las nubes marinas funcionará y cómo.

Kelly Wanser, otrora ejecutiva del sector tecnológico, ayudó a establecer el proyecto de blanqueamiento de las nubes marinas en la Universidad de Washington. En 2018, Wanser creó SilverLining, una organización sin fines de lucro para impulsar la investigación de lo que ella llama “intervenciones climáticas a corto plazo”, como el blanqueamiento de las nubes. El grupo de Wanser contribuye con parte del financiamiento de la investigación que incluye el estudio a bordo del Hornet.

Wanser mencionó que esperaba que las pruebas, las cuales podían continuar durante meses o más, desmitifiquen el concepto de las tecnologías de intervención climática.

La experta ya está pensando en la próxima fase de esa investigación. “El siguiente paso es salir al océano”, dijo, “apuntar el aerosol un poco más alto y tocar las nubes”.


Christopher Flavelle es un reportero del Times radicado en Washington que se especializa en clima y se enfoca en cubrir cómo las personas, los gobiernos y las industrias tratan de enfrentar los efectos del calentamiento global.

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